lunes, 4 de mayo de 2015

Entrevista a Daniel M. Méndez Rodríguez


Daniel M. Méndez Rodríguez es egiptólogo. Es subdirector del Proyecto dos cero nueve, la Misión Arqueológica de la Universidad de La Laguna  para el estudio y restauración de la tumba 209 (Luxor, Egipto). Además es epigrafista, es decir, se encarga de investigar las inscripciones y relieves, en varios equipos: en el Proyecto Tahut, que documenta y estudia los graffiti históricos y las inscripciones y relieves del templo de Debod (Madrid); y en la misión egipcio-norteamericana del South Asasif Conservation Project en las tumbas de Karajamani, Irtieru y Karabaskeni (Luxor, Egipto). A pesar de su orientación fundamental hacia la Egiptología, también ha realizado algunas aportaciones en el estudio del mirlado o momificación de los aborígenes o indígenas del archipiélago canario.

1. Su tesis doctoral se titula: Las divinidades egipcias de las Querut. Edición, transmisión y análisis iconográfico de la Recitación de las Doce Cavernas. De manera resumida, ¿cuál es objetivo de este trabajo?
El objetivo principal de la investigación es realizar la edición y el estudio de la transmisión de un texto egipcio antiguo, el Libro o Recitación de las Doce Cavernas.  Se trata de una obra cosmográfica consistente en una letanía de dioses a los que los egipcios hacían ofrendas con vistas a conseguir a cambio una serie de beneficios. Son unas deidades con una iconografía muy particular y que según la concepción egipcia habitaban las cavernas (querut, en egipcio) del Mundo Inferior, que eran atravesadas el dios sol Ra en su barca en su recorrido nocturno. Este texto religioso gozó de una utilización de más de mil años y se fue desarrollando y difundiendo por Egipto y modificándose localmente a lo largo del tiempo. Fue utilizado en distintos rituales en los templos pero también como guía para el Más Allá acompañando al difunto en su ajuar (como papiro,  en las propias vendas de su momia…). Lo importante como conclusión es obtener una visión diacrónica del uso y adaptación de este libro a lo largo del tiempo con vistas a valorar más apropiadamente desde el punto de vista religioso a estas deidades cavernícolas. 

2. Sabemos que junto al Dr. Miguel Ángel Molinero Polo ha realizado cursos de introducción a la lengua egipcia en escritura jeroglífica ¿Qué particularidades presenta esta escritura frente a otras de la antigüedad?
Sí, efectivamente he sido docente en varios cursos no sólo de introducción sino de varios niveles de lengua egipcia clásica en escritura jeroglífica que han sido coordinados como mencionas por el profesor titular de Egiptología de la Universidad de la Laguna Miguel Ángel Molinero. En la actualidad, de forma independiente a esos, estoy realizando cursos de introducción de forma online organizados por el CIEMAD (Centro Internacional de Estudios Multimedia en Arqueología de Madrid).
La lengua egipcia se inserta en las llamadas lenguas camitosemíticas o afroasiáticas y, al igual que lo que ocurre de forma genérica con la cultura egipcia antigua, combina elementos del Oriente Próximo y otros africanos desarrollándose de forma particular. Su amplia duración en el tiempo durante milenios conllevó además variaciones que se conciben como fases de la lengua (egipcio antiguo, clásico, neoegipcio, demótico y copto). Por otro lado, no sólo se utilizó un solo sistema de escritura sino varios, algunos de los cuales de forma simultánea en algunos períodos: jeroglífico, hierático, demótico y copto. Evidentemente, de estos sistemas de escritura el más conocido –y a través del cual se comienza el aprendizaje de la lengua egipcia– es el jeroglífico. La escritura jeroglífica –llamada en egipcio “Palabras del dios”– goza de una serie de características que la convierten en algo muy particular: su absoluta integración en las representaciones pictóricas en una relación de complementariedad absoluta, la versatilidad en cuanto a las direcciones en las que podía escribirse (de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, y en líneas o en columnas), o su carácter mágico allí donde se representase. En este último caso, hay ejemplos en los que los signos que representaban animales no eran escritos de forma completa para evitar que revivieran y perturbasen al difunto. 

3. Al leer el título de su libro Momias, xaxos y mirlados, las narraciones sobre el embalsamamiento de los aborígenes de las Islas Canarias (1482-1803), nos genera la siguiente pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre una momia, un xaxo y un mirlado?

Los tres términos del título simbolizan de forma sintética el objetivo principal de la investigación que he realizado: presentar una perspectiva diacrónica a lo largo de más de tres siglos de la transmisión de la información que poseen las fuentes narrativas que aluden al mirlado de los aborígenes de las Islas Canarias. Los tres conceptos se refieren por tanto a la misma cuestión, es decir, se utilizan para nombrar a los cuerpos embalsamados. De forma específica, xaxo es según el dominico del siglo XVI Alonso de Espinosa el término que utilizaban los indígenas de Tenerife para referirse a los cuerpos de los difuntos bien conservados. Se pronuncia “jajo”, una cuestión que he deducido, por un lado, a través de la paralelismos de otras palabras del castellano de la Edad Moderna que se escriben con “x” pero que luego se terminan pronunciando con “j”, y por otro, por la escritura del vocablo en época más reciente (a partir del siglo XVIII) en ambas versiones: xaxo y jajo. Mirlado es el apelativo que múltiples autores daban a los cuerpos embalsamados con el objetivo de describirlos como un cadáver desecado. Y momia, el concepto más utilizado en la actualidad y el más reciente, es cómo se han llamado a estos cuerpos por su comparación con aquellos otros de la cultura egipcia a raíz de su comparación desde el siglo XVIII fruto de la influencia de la Ilustración francesa.
4. Podría ser muy descabellado pensarlo, pero hay personas que creen que las momias de Canarias son iguales a las de Egipto ¿A qué se debe esta confusión? ¿Podría decirnos cuáles son sus principales similitudes y diferencias?
La confusión, cuando la hay, seguramente se debe al continuo paralelismo que se hace entre ambas prácticas funerarias, muchas veces no sólo sin un objetivo de clarificar las diferencias de estas prácticas, sino además se intentan destacar sus posibles similitudes fruto de distintas causas. Por ejemplo, debido a una tradición historiográfica concreta, como ocurría en el siglo XIX con el difusionismo, que pretende ver en la costumbre canaria una versión posterior adaptada de la momificación surgida en Egipto. Relacionada con esto hay quienes han pretendido “ensalzar” –como si fuese algo que se necesitase hacer– a las culturas indígenas del archipiélago a través de su relación con otras del Mediterráneo (como fenicios o egipcios) a las que creo que hay quienes consideran superiores o portadoras de un mayor prestigio. Esto me causa personalmente una sensación combinada de rabia y tristeza. Parece que no podemos valorar la historia o las costumbres de los aborígenes de las islas si no a través de la comparación con el exterior. No solamente ocurre con la momificación o mirlado, sino también por ejemplo con todo el fenómeno de las morras, majanos o molleros, es decir, esas estructuras de piedra que se realizaban con el objetivo de despedregar los campos para su cultivo. A pesar de haberse llevado a cabo excavaciones arqueológicas que evidencian que fueron construidas en el siglo XIX (como ocurre con las de Güímar en Tenerife) se continúa utilizando el término pirámide para designarlas e introduciéndolas en un discurso expositivo difusionista. Lo peor es que no se valoran al haber sido obra de los campesinos, lo que considero un tremendo error, pues considero que su valor patrimonial en cuanto a su importancia es el mismo a pesar de la diferencia cronocultural de su origen. Evidentemente por tanto hay muchas ocasiones en las que hay claros intereses económicos por vender un producto (ya sea la entrada a un parque etnográfico o un libro) que utilizan como reclamo la atracción que mucha gente tiene por el mundo egipcio. 

Me parece positivo cuando se realizan comparaciones entre ambas prácticas de momificación si se hace con vistas a obtener una serie de conclusiones claras. En mi libro, cuyo título antes se ha citado, comparo los textos que narran sobre la momificación egipcia con los que describen el mirlado canario. Lo hago, no con un afán como los que he citado anteriormente, sino porque he averiguado que los autores clásicos que escribieron sobre la práctica en Egipto (Heródoto y Diodoro Sículo) son consultados e influencian a aquellos otros escritores que narrarían la costumbre de las islas Canarias, sobre todo a partir del siglo XVIII, en distintos aspectos. Estos autores, como por ejemplo Viera y Clavijo, al realizar dicha comparación va a introducir en su descripción elementos foráneos que nunca formaron parte de la tradición escrita anterior del archipiélago (como la sal, al modo del natrón egipcio; o la división organizativa del trabajo de los encargados de mirlar los cuerpos). En cambio, hay publicaciones que pretenden hacer divulgación y el resultado final resulta provocar una mayor confusión. Hay que plantear claramente las hipótesis que uno defiende y los argumentos que nos han llevado a pensarlo. 

Me preguntabas sobre las similitudes y las diferencias de ambas costumbres funerarias. Evidentemente la similitud fundamental es el objetivo de ambas: el preservar de forma artificial los cuerpos de la corrupción. Las diferencias son considerables: desde los métodos empleados hasta las sustancias utilizadas. Me han llegado a comentar que en este último caso las sustancias se adaptaban a la particularidad geográfica de ambas realidades. Pero esto tampoco es así. Por ejemplo, en el caso de Canarias, los indígenas utilizaban manteca de ganado menor (ovicápridos), o juncos (en Gran Canaria) y pieles –para el amortajamiento– que también poseían los egipcios y que no parece que lo hayan utilizado. De igual forma, los egipcios utilizaban natrón para desecar los cuerpos, y ya Viera y Clavijo afirmaba que en las cumbres de Tenerife se encontraba esa misma sustancia, pero hasta el momento no se ha documentado su utilización en el mirlado de los guanches.  

5. Entonces, ¿se podría decir que ambas prácticas son independientes?
Desde mi punto de vista considero que el mirlado de los aborígenes no procede directamente de una evolución de la momificación egipcia. Lo que sí que creo es que ambas prácticas pueden tener un origen común, anterior a las dos, en el norte de África. Es decir, que pudiera haber existido un sustrato cultural africano que explicase el surgimiento de esa costumbre, y que posteriormente ambas se desarrollaran de forma independiente. Esto se evidencia en algún hallazgo excepcional en el norte de África, como ocurre en Libia, donde se ha documentado la momificación de un niño, que presenta evisceración de la cavidad torácica abdominal e inserción en el cuerpo de elementos vegetales, sobre el 3500 a.e. (aunque se plantea una cronología que puede ser incluso anterior). Esta es una fecha anterior a las prácticas de momificación en Egipto, cuando en origen era un proceso realizado de forma natural a través de la desecación de los cuerpos por el contacto de la arena caliente del desierto. Evidentemente esto es una hipótesis basada en una evidencia particular y deben efectuarse más investigaciones en el norte de África para verificarla. 

6. Hemos visto que usted ha estado excavando en Egipto, el sueño de casi cualquier arqueólogo. ¿Podría decirnos cómo ha sido esa experiencia?
La primera vez que estuve en Egipto para unirme a una misión arqueológica fue hace unos años, en el 2010. Esto me ha permitido tener vivencias en un país políticamente cambiante entre la situación durante el gobierno de Mubarak, la posterior a la revolución del 2011 con la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes, y de nuevo la surgida a partir de la toma del poder por parte del ejército. Egipto ha pasado de ser una potencia turística de primer orden a una situación de inestabilidad política que ha mermado muy considerablemente la afluencia de turistas. El resto de extranjeros –como somos por ejemplo quienes intervenimos en misiones arqueológicas– seguimos aportando al país esa atmósfera de internacionalidad que parece caracterizar a Egipto sobre todo desde hace ya un par de siglos.
Cuando uno ha excavado con antelación en yacimientos españoles, el hecho de trabajar en Egipto supone experimentar unas circunstancias totalmente distintas y verdaderamente exóticas. La época óptima del año para trabajar es durante el otoño-invierno, pero he llegado a trabajar en verano, como ocurrirá en este mismo año 2015, y resulta físicamente bastante duro debido a las altas temperaturas.
El participar en una misión en Egipto te sumerge en un ambiente enriquecedor y cada campaña supone desde mi perspectiva personal una auténtica experiencia vital. En la misión (o en la relación entre diferentes misiones extranjeras) sueles verte imbuido en un entorno internacional de personas que hablan diferentes lenguas que puedes aprovechar para practicar, entre ellas evidentemente el árabe. La dinámica del trabajo de grupo en el yacimiento es uno de los aspectos más interesantes, sobre todo para quien llega por primera vez. En una versión simplificada se puede decir que las misiones arqueológicas dividen a su personal según el trabajo de cada uno: el rais, que es el encargado de organizar a los obreros egipcios, los cuales también poseen una jerarquía perfectamente establecida según su labor desempeñada. Junto a estos pero diferenciados se ubican los conservadores, o especialistas como el restaurador de la cerámica o quien aprovisiona de agua a los trabajadores del yacimiento. Todos ellos constituyen la base esencial del trabajo. Adicionalmente hay ya otros especialistas más comúnmente conocidos: arqueólogos, ceramólogos, epigrafistas, geógrafos, arquitectos, restauradores… coordinados por el director de la excavación. Y siempre junto al equipo hay presente un miembro del Servicio de Antigüedades como representante del estado egipcio.
El día de descanso de la semana en la excavación es el viernes, día sagrado para los musulmanes, en el que aprovechamos para visitar la multitud de complejos de templos y las tumbas de las que dispone la ciudad (en mi caso, Luxor) u otra localidad vecina. Y seguramente una de las cuestiones más atractivas es la convivencia con los egipcios, tanto en la excavación como en la vida cotidiana. Desde compartir un té egipcio en la casa de un buen amigo, a un taxi comunal o un ferri con gente que no conoces pero que siempre te tratan con una extremada amabilidad, a ir al supermercado o a la panadería, hasta aceptar la invitación a un festín de una boda típica egipcia o a asistir a una espectacular carrera de caballos. Todas ellas son experiencias que hacen que cada año la campaña arqueológica –al margen de los hallazgos y resultados obtenidos en esta– sea inolvidable.



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